jueves, julio 31, 2008

Bibliotecas y su rol historico, una vision comprometida con la realidad

Apología de las bibliotecas

        
víctor orozco
Historiador


Aparte del disfrute vivencial que proporcionan las bibliotecas, tal vez ningún recinto ofrece a los individuos esta sensación suprema de entenderse dueños de sí mismos.

Allí, en presencia de sabidurías congregadas a lo largo de las centurias y los milenios, está uno en posibilidades de advertir la infinita capacidad para crear, inventar e imaginar que ha tenido el hombre y también de la función liberadora que ha jugado el conocimiento, emancipador por antonomasia. Es por ello que han sido enemigos de las bibliotecas los fanáticos, los intolerantes, los tiránicos y los imbéciles.

Pero la biblioteca no sólo agranda el espíritu, también y al mismo tiempo, ayuda a poner en su sitio a los vanidosos y petulantes, pues si son perspicaces, les hace ver la modestia e insignificancia de lo que saben en comparación con la grandeza e inconmensurabilidad  de lo que ignoran. Jorge Luis Borges advertía esto en bellas palabras cuando escribiendo sobre la biblioteca de Alejandría decía:

"…el hombre que quisiera agotarla perdería la razón y los ojos temerarios" 

Las bibliotecas han sido piezas claves en la constitución de las identidades colectividades. Quizá una de las decisiones más certeras entre las tomadas cuando las sociedades dan sus primeros pasos ha sido el iniciar la formación de una biblioteca.

A contrario sensu, una de las más gravosas calamidades, cuyos efectos se resienten con mayor intensidad en el largo plazo, ha sido la destrucción o dispersión de los libros y documentos. Todavía, a muchos  siglos de distancia, nos lamentamos de los infaustos actos de barbarie ejecutados por conquistadores como el incendio de la biblioteca de Alejandría  por cristianos primero y por musulmanes después. Uno de éstos, se recordará, fue el Califa Omar quien pasó a la historia no por sus conquistas sino por la atroz sentencia que pronunció cuando ordenó el incendio:
"Si esos libros dicen lo mismo que el Corán son inútiles y si dicen algo diferente, son perniciosos".

De la misma forma, no acabaremos nunca de dolernos y  resentirnos por las piras que sistemáticamente hicieron los frailes con los códices prehispánicos, dejando a un pueblo entero sin las señas de su memoria colectiva y lo que es peor, reduciendo al mínimo las posibilidades de desplegar sus potencialidades sobre la base de la acumulación de sus experiencias y sus saberes pasados. Muy otros serían el conocimiento y la concepción que tendríamos de los pobladores y sociedades prehispánicas de este continente, si estuvieran en nuestras manos todos los documentos guardados en los amoxcalli, el equivalente de las bibliotecas y archivos modernos.

Menos de dos decenas de estos documentos llegaron hasta nuestros días, es decir, apenas un minúsculo vestigio de la producción intelectual de las antiguas civilizaciones mesoamericanas. Hasta hoy, esta empresa de aniquilación de todo tipo de testimonios, entre ellos los escultóricos, gráficos o pictóricos se encuentra entre los mayores actos de inhumanidad que ha sido ejecutado, en nombre de dogmas religiosos. En contrapartida a la destrucción de códices y demás evidencias culturales indígenas, se destaca la ingente labor de misioneros y dignatarios eclesiásticos para fundar en territorio americano bibliotecas o repositorios de libros, traídos de Europa, puesto que en tierras americanas estuvo siempre prohibido publicarlos. Entre las mayores de aquellas que han llegado hasta nuestros días, está la magna Biblioteca Palafoxiana, ubicada en la ciudad de Puebla.

En la era de la electrónica, parecería que mucho de los roles tradicionales de las bibliotecas han desaparecido o estarán por desaparecer. Hoy, sin salir de nuestra casa podemos consultar inacabables fuentes de información, que cada día crecen de manera exponencial. No pasará largo tiempo, sin que operen sistemas electrónicos que nos permitan acceder a cada uno de los 25 millones de libros que alberga la Biblioteca Británica o los 30 millones de la Biblioteca del Congreso o quizá podamos ver en versión digital a los millones de documentos del Archivio Segreto Vaticano y de la Colección Lafragua de la Biblioteca Nacional de México.

Lo que se habrá transformado, en cualquier caso, serán las vías de acceso al conocimiento, con su multiplicación. Tenemos a nuestro alcance tal cantidad de datos y posibilidades de combinación de los mismos, que el  hecho puede llegar a abrumarnos, antes de que escribamos una línea. Sin embargo, el desafío fundamental y de mayor complejidad que enfrentan creadores y científicos, es el mismo que tuvieron Plutarco, Víctor Hugo, Carlos Marx, Carlos Darwin, María Curie, Alberto Einstein o Gabriel García Márquez, es decir, dar cima a una obra en la que su valía se determina en forma decisiva por el enlace y la simetría de todos sus elementos, a la manera de las escalinatas ideadas y edificadas por Miguel ángel en la plaza del campidoglio romano. Esto es, a nuestra disposición se encuentran miles o millones de ladrillos de las más variadas formas y contexturas para levantar la casa, pero el resultado último, su funcionalidad, su disponibilidad para acogernos y sobre todo su belleza dependen del genio del arquitecto-escritor.
Lo que se está abriendo es un mundo de nuevas posibilidades, en el cual se combinan las tradicionales bibliotecas, existentes desde tiempos inmemoriales, con las bibliotecas digitales y las gigantescas bases de datos o redes de información. Cada cual está jugando su propio rol y todos son complementarios.

Ciertas de estas amalgamas se manifiestan en la evolución de las palabras, empleadas para designar conceptos diferentes, aunque lejanamente emparentados. Por vía de ejemplo, una de ellas es el colofón, originalmente un gentilicio aplicado a los integrantes de un pueblo habitante del extremo de la península helénica. Los colofones, buenos mineros de su tiempo surtían de plata a las otras colectividades y eran los últimos antes de llegar al mar.  De allí se tomó el nombre para los parágrafos que incluyen ciertos datos de identificación de un libro colocados en su última página. Ahora, en internet se ha difundido la costumbre de escribir "colofones" –TagLines en inglés- como se les llama a estas frases ingeniosas, que por millones colocan los cibernautas al final de los mensajes. Casualmente ayer me llegó un colofón en un correo, con el cual cierro: "Antes de internet era una isla, ahora soy una península".

http://www.diario.com.mx/nota.php?notaid=2a0a3a0a6af6727a8f1890169e1171f9
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Lic. Julio Piastre
Bibliotecólogo
www.bibliorivera.blogspot.com
Misiones 1214
Tel 062 22684
Cel. 099572547
Rivera-Uruguay

A la caza de INCUNABLES

Retomando nuestro contacto comparto esta excelente experinecia.
 
LABORATORIO DE CONSERVACIÓN DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS

Los libros antiguos, en las mejores manos

  • El peor enemigo de los volúmenes antiguos son los bibliófagos
  • A este tratamiento fue sometido la Explicación del Catecismo en Lengua Guaraní
El restaurador Oscar Maisterra trabaja con un misal del año 1770. (Foto: Alejandro Cherep)

El restaurador Oscar Maisterra trabaja con un misal del año 1770. (Foto: Alejandro Cherep)

Actualizado martes 15/07/2008 17:31 (CET)
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RAMY WURGAFT

BUENOS AIRES.- Ajena al bullicio que llega desde un patio interior donde juegan los niños, Diana Adamoli se reclina sobre un texto de páginas amarillentas y de abigarrada escritura. Los otros restauradores observan por encima de su hombro, en expectante silencio.

Al cabo de un rato, la bióloga y encuadernadora pronuncia su veredicto: no cabe duda, la coloración que se observa en las márgenes del escrito, corresponden a las huellas dactilares de un misionero.

Durante varias semanas, los expertos del Laboratorio de Conservación de la Compañía de Jesús, utilizaron las más diversas técnicas para resolver el enigma del Manual de Enterramiento de Niños, un manuscrito del siglo XVII, redactado en una de las misiones jesuíticas a orillas del Río de la Plata.

"En aquella época, había una pavorosa tasa de mortalidad entre los niños guaraníes (la etnia originaria del Paraguay y del norte de Argentina). Fue así como de tanto sujetar el manual, con los dedos manchados de tabaco, el cura dejó unas marcas parduscas", señala Adamoli.

Manual de catecismo y sermones que data del 1721. (Foto: Alejandro Cherep)

Manual de catecismo y sermones que data del 1721. (Foto: Alejandro Cherep)

Pese a que el laboratorio se fundó en el 2005, en una dependencia del colegio El Salvador de Buenos Aires, el equipo que lo integra ha salvado de la acción del tiempo a centenares de volúmenes, fechados entre los siglos XVI y XVIII. Una parte de las obras fueron producidas en las imprentas rústicas, de madera, que construyeron los jesuitas en los asentamientos del Nuevo Mundo.

Otras las trajeron de Europa a partir de 1599, cuando la compañía se estableció en América. "Recuperar esos valiosos ejemplares, de manos de coleccionistas privados y de instituciones religiosas, fue una tarea digna de Ignacio de Loyola. Considere usted que los pioneros de la orden llegaron hasta los puntos más remotos de la jungla y de la cordillera de los Andes", señala Diego Villaverde, director del laboratorio.

El peor enemigo de los libros antiguos son 'los bibliófagos': larvas que al consumir las hojas secretan un jugo disolvente u hongos que producen unas manchas similares a las de la lepra. Si no es demasiado tarde, los técnicos someten al 'paciente' a la radiación de una lámpara germicida y luego lo introducen en una máquina que rellena los agujeros con pulpa de celulosa.

A este tratamiento fue sometido, con éxito, un incunable titulado Explicación del Catecismo en Lengua Guaraní (1724), uno de los pocos textos que se han descubierto en América, escrito en esa lengua vernácula. "El oficio de restaurador o conservador no existía en Argentina. El gobierno de Italia envió a Giampaolo Mei, un experto de renombre mundial, a que nos iniciara en esta ciencia", cuenta Óscar Maisterra, un químico de origen vasco, que se afana en la recuperación de un voluminoso compendio de misas cantadas, que data del año 1770.

Dos restauradoras del laboratorio. (Foto: Alejandro Cherep).

Dos restauradoras del laboratorio. (Foto: Alejandro Cherep).

"Alguien con buenas intenciones pero escasos conocimientos, quiso reforzar la tapa, que es de madera de pino, con láminas de cartón. Con el tiempo ese material se vuelve corrosivo. También hubo que reemplazar los herrajes oxidados por otros de bronce. Es un trabajo de hormigas pero el resultado compensa los esfuerzos", dice.

La restauración responde a la iniciativa emprendida por el padre Martín Morales, del Instituto Histórico de la Compañía de Jesús (Roma) que desde 1999 tiene como objetivo la creación de un Fondo Antiguo que ya atesora más de 15.000 ejemplares: tratados de astronomía, historia y botánica, comentarios bíblicos e incluso libros que estaban prohibidos por la Inquisición.

"En alguna oportunidad me preguntaron por qué dedicar tiempo y recursos a salvar libros y papeles viejos. Yo digo que estos libros son un trozo de la memoria. Un esfuerzo para conjugar fe y cultura", explica Morales.

http://www.elmundo.es/elmundo/2008/07/15/cultura/1216131734.html

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